Hay una situación que se produce de manera muy habitual cuando nos encontramos con un conocido o un amigo por la calle: el adulto en cuestión pide insistentemente un beso a nuestro hijo y el niño se niega a responder a la petición. Esto para muchos padres puede resultar incómodo y acaban interpelando al pequeño para que dé ese beso de cortesía con el fin de “evitar” que se interprete esa negación como un gesto maleducado. Sin embargo, ¿Qué ocurre cuando les obligamos a dar muestras de afecto? Os contamos aquí algunas cuestiones que pueden resultaros de utilidad para afrontar la disyuntiva que supone animar o no a los más pequeños de la casa a besar a los desconocidos.
En culturas como la nuestra hay una convención social no escrita: la de dar dos besos en la mejilla cuando conocemos a una persona. También lo hacemos cuando hace tiempo que no vemos a alguien, ya sea un amigo o un familiar. Sin embargo, esto que para nosotros es algo cultural, tan natural, para los niños puede resultar chocante o incluso desagradable porque para ellos los besos son una manifestación de cariño y de amor. Y en esa manifestación, suelen ser muy selectivos.
Aunque culturalmente pueda sorprendernos que un niño no responda a una petición de beso, se trata de algo positivo: significa que se muestran precavidos ante los desconocidos o ante quienes no tienen la confianza del trato cotidiano. La pregunta que quizás deberíamos hacernos es si nos preocupa que no aprendan esa convención social de besarse o si en realidad nos importa lo que dirán de nosotros los adultos “despechados”.
Para el psicólogo valenciano Alberto Soler, dar un beso “no es una habilidad compleja que debamos practicar desde pequeños para que de mayores nos salga bien”. Lo contaba en un vídeo publicado en su canal de YouTube. Y lo cierto es que, como explica, no se trata de aprender a dar besos, no es como dominar un idioma o tocar un instrumento musical, sino que basta “simplemente con esperar a que ellos vayan entendiendo que es un convencionalismo” para que terminen imitándonos. Porque, al final, el ejemplo es la mejor herramienta educativa.
Otra cuestión que los psicólogos advierten con respecto a si debemos o no insistir a los niños para que den besos a terceros es el tipo de contacto que establecen con un adulto y el control que tienen de su cuerpo. Lo deseable es que sean ellos quienes puedan decidir a quién quieren dar un beso o cuándo. Que sean ellos quienes tengan el control de su cuerpo en lo que respecta a las muestras de afecto, y que puedan poner límite cuando una situación les desagrada. De lo contrario, y sin quererlo, podemos exponerles a que tengan un menor control sobre su cuerpo ante posibles abusos.
¿Qué podemos hacer cuando se producen este tipo de situaciones y nos sentimos incómodos ante la negativa de nuestro hijo a dar un beso? Una solución puede ser buscar una alternativa que haga sentir más cómodo al niño como, por ejemplo, dar la mano o chocar los cinco, acciones que suelen ser vistas por los más pequeños como algo divertido. Otra alternativa puede ser la de animar a saludar con la mano o tirar ese beso al aire.
Si pese a esas alternativas los niños siguen sin querer responder a esta manifestación cultural, lo ideal es relajarse y restar importancia al asunto transmitiendo al adulto que no le apetece dar un beso y que quizás en otro momento lo querrá dar. Porque el aprendizaje de las costumbres sociales y la vinculación emocional con los demás –como sucede con el resto de retos que nos va a plantear la crianza de los hijos– es un proceso lento que requiere de empatía y de paciencia.
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